Paciente anónimo

En el año 2012, empecé a sentir un dolor en el cuadrado lumbar derecho tan intenso que me tuve que ir a urgencias.  Entones empezó mi calvario.

Sentí un hormigueo en los pies que no me permitía calzarme, me tuve que comprar unos zapatos de cuña y aun así era un suplicio ponerme los zapatos, tenía los pies de cartón. Entre el dolor que no se calmaba con los calmantes y el hormigueo, mi vida cambió sustancialmente, estaba desesperada, enfadada y preguntándome porqué me tenía que pasar esto a mí.

Entonces empezó mi calvario. Mi vida cambió sustancialmente, estaba desesperada, enfadada y preguntándome porqué me tenía que pasar esto a mí.

Mi primera decepción fue en la consulta con el traumatólogo.  Después de referirle mi situación y las molestias, sobre todo las parestesias en los pies, su respuesta fue: “Otros pacientes sufren los mismo y no le dan tanta importancia”.  Sufrí mucha frustración e impotencia al ver que no tomaba en serio lo que estaba sintiendo y no me daba ninguna palabra de aliento ni de solución. Hubiera esperado más amabilidad y un atisbo de esperanza a lo que me estaba ocurriendo.

Todo este cambio en mi cuerpo se vio agravado tras una situación intensa de estrés tras una relación emocional tóxica, en la que sentía enojo, frustración e inseguridad.

Después de numerosas pruebas, a los 48 años era una paciente con año y medio de lumbociática bilateral de predominios derecho acentuado hacía cuatro meses con sensación de parestesias en extremidades inferiores  y agarrotamiento en los dedos de los pies. Había realizado tratamientos de rehabilitación sin resultados. El electromiograma indicaba condena erogación L5 derecha y la resonancia magnética se apreciaba una discopatía L4-l5 con alteración de articulares y estenosis de recesos laterales asía como un angioma vertebral lumbar alto.

Fui valorada por varios neurocirujanos, no podía creer que nada hacía que me sintiera mejor, con este diagnóstico me indicaban que me podía operar para la estenosis de canal o rehabilitación y analgésicos y llegué a ir a la unidad del dolor para infiltración y rizolisis y empeoré.

 No me resignaba a quedarme así, tenía que mejorar de alguna manera, eso no era calidad de vida, estaba cansada, enfadada, sin energía y sin poder hacer el deporte que hacía antes y tener la movilidad de antes. Me veía como una anciana con muchas limitaciones.

Esa era todo lo que se podía hacer. No podía creer que no se pudiera hacer nada más.

Intenté de todo para mejorar, rehabilitación, yoga, pilates máquina, natación, sesiones de fisio y osteopatía, acupuntura y con nada mejoraba, iba de mal en peor. No me resignaba a quedarme así, tenía que mejorar de alguna manera, eso no era calidad de vida, estaba cansada, enfadada, sin energía y sin poder hacer el deporte que hacía antes y tener la movilidad de antes. Me veía como una anciana con muchas limitaciones.

Al tercer año ya me costaba llevar una vida normal, estaba desesperada pensando si iba a ser así para siempre. En la tercera resonancia, tres años después me detectan un meningioma espinal y me indican que a la semana me intervenían quirúrgicamente para extirpación completa de la lesión.  La verdad, me alegré, al fin, vería una solución a mis dolencias.  Fui intervenida en noviembre de 2015, y después de la intervención llevé un corsé rígido tres meses.

Tras tres meses de baja, el dolor mejoró bastante pero las parestesias habían venido para quedarse y aún las tengo. He tenido que aprender a convivir con esta situación.

Cada cierto tiempo sufro alguna contractura en la parte lumbar  que me deja meses con un intenso dolor que la medicación, el fisio, y los estiramientos logran mitigar poco a poco.

Voy a las revisiones anuales y la respuesta del neurocirujano en la última revisión, después de explicarle mis dolores y malestar fue: “Está todo bien, no hay rastro del tumor y todo salió muy bien, te podías haber quedado tetrapléjica”. El oír esto, me dejó atónita.  Estaba alabando su trabajo y no se preocupaba de cómo me sentía, ni siquiera darme algunas pautas o consejos  o unas palabras de aliento que pudieran hacer que mejorara y me sintiera mejor.

Si, sigo con molestias y la solución es rehabilitación (que no me funciona) o volver a intervenir según mi médico.

Este último año he tenido que llamar por mi cuenta a la unidad del dolor ( no me ofrecieron esta opción en la consulta), a ver si podía haber alguna mejoría con estos tratamientos antes de volver a operar y afortunadamente tras la infiltración he vuelto a mejorar.

Antes tenía la creencia de ser una enferma crónica sin solución, que no podía bailar, no podía hacer deporte y no podía hacer movimientos extremos.  Ahora he cambiado la creencia sobre mis dolencias, me niego a aceptar el diagnóstico de la enfermedad,  a seguir creyendo que soy una enferma sin solución y que todo esto va a empeorar con la edad.  Ahora no acepto la enfermedad, tengo la nueva creencia de estar llena de salud y de no tener ninguna limitación.

Al cambiar la creencia, cambio mis emociones y al cambiar mis emociones cambio mis sentimientos y mi forma de actuar.

Al no disponer de una acompañamiento médico en este proceso he tenido que formarme por mi cuenta en gestión emocional.  Gracias a ello, ahora soy responsable de mis propias emociones, esforzándome en amar la vida, a los demás y a mí misma y vivir en un estado de puro agradecimiento, alegría, compasión y bondad.

Cuanto más procuro tener un estado de fortaleza interior más me transformo.  Este nuevo estado del SER, hace que sea una nueva persona y me siento mucho mejor, más sana  y más feliz. Ojalá, hubiera tenido un acompañamiento que me hubiera llevado a sentirme mejor y gestionar mis emociones.

Al vivir en armonía,  cada día me pregunto:

¿Cómo me quiero comportar? ¿Cómo me quiero sentir? ¿Cómo quiero pensar?

Lo que he aprendido ha sido a ser más afectuosa conmigo misma, dejando de reaccionar a todas las situaciones del entorno exterior, siendo responsable de mis propias emociones, decisiones y acciones, eligiendo aquello que me hace más feliz.

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